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Litio, el recurso del futuro: ¿mito o realidad?

Hace unos años en Argentina irrumpió en las agendas políticas y sociales la palabra ‘Litio’ más allá de la agenda ambiental que siempre lo tuvo en cuenta como recurso; y aunque se instaló en el relato de campaña de los políticos y en las tendencias de X, la información es dispersa y desorganizada.

Lo principal que hay que comprender es que el Litio almacena energía de fuentes renovables como la eólica o la solar y la libera cuando sea necesario, lo que ayuda a integrar estas fuentes de energía a nuestra vida de manera más eficiente y confiable. Además, este mineral es fundamental para cumplir con el séptimo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas: pretende garantizar el acceso a una energía limpia y asequible, teniendo en cuenta que el consumo de energía sigue siendo la principal causa del cambio climático, ya que representa alrededor del 60 % de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero.

En esa línea, el organismo asegura que “para garantizar acceso universal a electricidad asequible en 2030, es necesario invertir en fuentes de energía limpia, como la solar, eólica y termal” que sirva de apoyo a todos los sectores: desde las empresas, el sector médico y educativo, hasta la agricultura, las infraestructuras, las comunicaciones y la alta tecnología.

Pero Argentina no comenzó a hablar de Litio por pretender cumplir con el objetivo 7 de la ODS; resultó ser que el país de la bandera albiceleste es parte del llamado “triángulo del litio” conformado por Argentina, Bolivia y Chile, que concentra el 46% de las reservas mundiales de litio, según los últimos datos disponibles del Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS, según las siglas en inglés).

Asimismo, otro factor que hizo que el Litio esté en boca de todos fue el coqueteo de inversión de Elon Musk, dueño de Tesla, y que es quien más necesita del Litio: es el principal fabricante de vehículos eléctricos del mundo. 

Dicho esto, queda claro que el desafío para Argentina es administrar este recurso de forma eficiente para garantizar a todo el mundo el acceso a la energía en 2030 y así “acelerar la electrificación, aumentar las inversiones en energías renovables, mejorar la eficiencia energética y desarrollar políticas y marcos normativos que así lo permitan”.

Por último, pero no por ello menos importante, es clave pensar qué sucederá con nuestro medio ambiente si se permite la extracción del Litio, así como también con los derechos de las comunidades que viven en los salares de la ecorregión de la Puna y de los Altos Andes, desde la provincia de Jujuy al norte de San Juan. 

Un reciente estudio de investigadores del Conicet analizó el consumo de agua para el proyecto Olaroz, actualmente en producción en la provincia de Jujuy, y estimó que –por cada tonelada de litio- se consumen alrededor de 584 mil litros de agua. A esto se suma la alteración del paisaje -que afecta al turismo- y de la actividad minera tradicional de la “cosecha de sal”.

Según los investigadores, para generar una industria del litio que produzca el menor impacto ambiental posible, serán necesarios cambios en los métodos de extracción y producción, estudios estratégicos serios de impacto ambiental y controles del Estado más estrictos.



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